En septiembre de 2012, un estudio del biólogo Gilles-Éric Seralini, publicado en la prestigiosa revista científica Food and Chemical Toxicology, hizo temblar los cimientos de la poderosa multinacional Monsanto, líder mundial en ingeniería genética de semillas y producción de herbicidas. El artículo dejaba patentes los efectos en el hígado y en los riñones de los dos productos estrella de la compañía: el glifosato Roundup y determinados organismos modificados genéticamente para absorberlo. El contraataque de Monsanto careció de toda mesura: presiones a los editores para que formalizasen una retractación de los resultados del estudio, campañas para desacreditar e intimidar tanto a Seralini como a todo aquel que lo apoyase, divulgación de investigaciones y testimonios que no eran más que un montaje mayúsculo, y engaño y manipulación de organismos públicos con el fin de sortear las regulaciones que tenían que proteger a la población.
La tenacidad de Seralini, con la inestimable «ayuda» de miles de demandas por parte de particulares que habían enfermado gravemente a raíz de haber utilizado Roundup, logró, por fin, en 2017, derribar el muro de impostura e inmunidad que había hecho de oro a los amos de la multinacional. Su valiente investigación, directa al corazón de los Papeles de Monsanto, desentrañó, de rebote, el modo en que se organiza la apropiación indebida de la ciencia, la medicina y los poderes públicos.