Regreso en este momento de visitar al dueño de mi casa.
Sospecho que ese solitario vecino me dará más de un
motivo de preocupación. La comarca en que he venido a
residir es un verdadero paraíso, tal como un misántropo no
hubiera logrado hallarlo igual en toda Inglaterra. El señor
Heathcliff y yo podríamos haber sido una pareja ideal de
camaradas en este bello país. Mi casero me pareció un individuo
extraordinario. No dio muestra alguna de notar la espontánea
simpatía que experimenté hacia él al verle. Antes
bien, sus negros ojos se escondieron bajo sus párpados, y
sus dedos se hundieron más profundamente en los bolsillos
de su chaleco, al anunciarle yo mi nombre.